Ética y coronavirus
Daniel Loewe. Fondo de Cultura Económica, 2020.
Con el segundo párrafo de este texto es posible construir un silogismo:
“Este es un libro sobre ética en tiempos del coronavirus”
“La ética es filosofía”
“Así que este es un libro de filosofía”
Presentar un texto de filosofía y coronavirus es desconcertante, en primer término, porque se imprimió en julio 2022 y, por lo tanto, fue concebido durante el primer año de una pandemia en desarrollo que hacía prematura una reflexión filosófica. Como obra filosófica escapa a las competencias de este revisor, toda vez que el autor oscila entre un lenguaje coloquial y reflexiones teóricas con referencias bibliográficas filosóficas (Platón, Rawls, Nozick, Bentham, Locke.) La presentación de ya clásicas construcciones analógicas de arrollar a 2 personas para salvar la vida de 5, o el dilema de arrojar a un obeso a la línea del tren para que descarrile y no provoque una catástrofe masiva, el caminante que ve ahogarse a un niño y duda si estropear su tenida nueva para salvar al chico, son ejercicios empleados en los cursos de filosofía para elucubrar sobre el valor de la vida. El ciudadano común queda desconcertado ante la conducta moral de enfrentar los riesgos de la pandemia y las coartaciones de disposiciones sanitarias o simplemente aceptar los riesgos de transgredirlas. La salud pública, por su parte, carece de información para determinar la forma, magnitud y duración de las estrategias de contención y cotejar su aún precario saber con la deliberación ética de lo que debe permitir, prohibir o tolerar.
La lectura del libro de Loewe desde un sentido común ilustrado tropieza con algunas ideas de difícil digestión.” Después de larga reflexión sobre teodicea en el capítulo “Dios y el coronavirus”, aparece la conclusión que “Dios queda descartado como fundamento de la ética”. Difícil de interpretar que “La cuarentena no le quita responsabilidad por su propia desdicha”. La cuarentena reduce autonomía y por ende disminuye la responsabilidad personal al imponer medidas que son causa externa de “mi propia desdicha”.
En el capítulo sobre “Libertad y coronavirus, Loewe desmenuza el dilema del individuo llamado a ciertas restricciones, o dispuesto a defender su autonomía como “libertad de vivir según el estilo de vida que nos parezca más apropiado”. La conclusión del texto es que “Molestias, disgustos, o el incremento de ciertos costes económicos que se retrotraen a un esquema de seguridad compartido, no bastan para afirmar que se ha producido un daño que justifique coacción”. En una sociedad desigual, la relación entre “ciertos costes” y coacción tiene consecuencias muy dispares, y el lujo de vivir cómo nos parezca solo se da en una delgada capa elitista premunida de insensibilidad social y ceguera moral.
El utilitarismo es presentado desde sus fundamentos —Bentham—, y se plantea la pregunta “¿Cómo podemos otorgar valor a una vida?” En economía “no se trata del valor de una vida singular, sino que del valor de una vida estadística (VEV)...que define el valor monetario de una reducción de riesgo de ocurrencia de una fatalidad prevendría una muerte estadística”. Al cualificar las vidas “según años y calidad de vida” para ajustar su valor en dinero, “las metodologías examinadas nos pueden decir algo éticamente aceptable acerca del VEV y cómo este puede variar según QALY”. Y aquí aparecen, nuevamente, ideas que confunden el sentido común y los cánones éticos elementales: “vida, entonces, puede y debe ser valorada y ponderada contra otras consideraciones no vitales...Salvar vidas no está por sobre todas las cosas”. Es oportuno recordar a Michael Sandel y su obra “Lo que el dinero no puede comprar”, en vez de presentar filigranas económicas que aparecen como cuerpo extraño en un libro sobre ética. ¿Bioética calculadora en mano?
El criterio QALY se utiliza para asignar recursos escasos, pero no tiene aplicación en situaciones de emergencia. Desde los comienzos de la pandemia, y a partir de la agresiva expansión sufrida en Italia, se inició y ratificó que la salud pública y la selección de pacientes a tratar —triage— debía regirse por criterios de exclusiva utilidad médica, resumidos en la decisión de dar prioridad a los más afectados siempre que la evaluación médica multisistémica augurase que el tratamiento mejoraría el pronóstico. Los criterios éticos no eran consultados, y la población de más riesgo —obesos, ancianos— se rigieron por el mismo criterio médico que el resto de la población: un ventilador para un paciente grave pero salvable.
En sociedades contemporáneas, se privilegia la autonomía y se le solicita un máximo de seguridad al Estado, olvidando que Zygmund Bauman explicó el movimiento pendular que oscila entre autonomía y seguridad. La mayor autonomía reduce la seguridad, y la seguridad requiere limitar la autonomía. En sociedades de grandes desigualdades, los desposeídos no tienen opciones para ejercer la autonomía y, siendo los más afectados en situaciones catastróficas, son los que requieren más seguridad y compensación por los daños que sufren. Loewe señala que “mientras más seguridades tenemos, más apreciamos cada unidad extra de seguridad”. Puede ser, pero más importante es darles una mínima seguridad a quienes carecen de ella. Irreal y éticamente desafinada resulta una de las frases finales de este libro: Lo que todos ansían actualmente en Estados Unidos, Europa y ciertamente Chile, no es el fin del capita lismo, sino que imperen condiciones que hagan posibles los intercambios de mercado de los cuales, como son las cosas hoy, depende nuestro bienestar (Loewe 2020, 200).
En suma, leer el libro de Loewe abre incertidumbres desde el título, ”Ética y coronavirus”, al quedar indeterminado el significado de la conjunción “y”. A lo largo del texto hay más disquisiciones didácticas sobre filosofía que reflexión sobre ética en la pandemia COVID-19, que es aquí enfocada desde la decisión kantiana del individuo autónomo enfrentado con políticas públicas restrictivas. Los dilemas éticos de la salud pública que intentan contener la propagación del virus ponderadas con relación a las medidas concretas que afectan con especial rigor a las poblaciones precarizadas, son de primera importancia, aquí solo incorporadas en forma muy somera e indirecta. Una heurística útil para futuras pandemias no podía elaborarse en los inicios de la crisis sanitaria COVID-19 sin esperar que dos años más tarde habría experiencia, estadísticas e información científica que permitiese elaborar estrategias técnica y éticamente más elaboradas para las amenazas virales que vendrán.
Pero, como Daniel Loewe cita a John Wayne en la película El Álamo: “A veces un hombre tiene que hacer, lo que tiene que hacer”.